Nací en las periferias de la democracia: Honduras, en su capital Tegucigalpa, un 8 de octubre de 1975. Conocí el exilio a los 4 años, cuando me sacaron en pijama del kínder por dibujar maestros viejitos con enormes narices rojas y viejas cabezonas. Ingresé a trabajar en un diario desde los 11 años…
Yo, Allan McDonald que desde hace 30 años busco la sonrisa de la paz en medio del lodo maldito de la ignominia.
Yo, que sólo busco arrancar de tajo la tristeza de la gente.
Yo, que sólo busco arrancarme de mí este corazón desbocado en los abismos del infortunio.
Yo, que he buscado sin parar la luz de una línea atada a mi lápiz.
Yo, que aprendí a hacer dibujos con el fin de buscarme.
Yo, que inventé la brújula sentimental debajo de mi piel.
Yo, que busco apartar de mí este cáliz de sangre y dolor.
Yo, que he dibujado con el afán invencible de hacer felices a los demás.
Yo, que busco la paz de la risa en medio de los fogonazos de la violenta soberbia de la barbarie.
Yo, que nací en un país sin memoria, sin pasado ni futuro con un presente glorioso de toletes y lágrimas envueltas en humo.
Yo, entre saltos de horror y fugas de balas y espadas blancas de la injusticia.
Yo, que fui olvidado, que no fui querido jamás por unir mi alma a una mesa, un marcador y un libro…
Yo, que entendí la dialéctica y no las señales del amor…
Yo, que puse la otra mejilla antes de poner el lápiz contra el orgullo y la violenta manera de decir que soy hombre…
Yo, que sólo he bajado la cabeza para dibujar…
Yo, que me corté las manos en abril.
Yo, simple mortal, caricaturista, ciudadano del mundo, con el agravante de ser hondureño en tiempos de cacería abierta.
Yo no aspiro a ganarme el premio Nobel de la paz, me basta con ganarme la vida sin matar a nadie.