Lejos estaba Alfred Nobel de pensar -cuando instituyó el premio que lleva su nombre- que el mismo derivaría en una afrenta a la humanidad desde el momento que comenzó a entregarse con criterio político e ideológico y como instrumento de exaltación de los valores y las prácticas capitalistas.
Nobel estableció los premios en cinco áreas: física, química, medicina, literatura y de la paz. Este último con el objetivo de reconocer a la “persona que haya trabajado más o mejor en favor de la fraternidad entre las naciones, la abolición o reducción de los ejércitos alzados y la celebración y promoción de acuerdos de paz”. Por decisión de Nobel quien inventó la dinamita, razones desconocidas sujetas a especulaciones lo llevaron a estatuir que el premio de la paz fuera entregado por un comité noruego designado por el parlamento de ese país, a diferencia de los otros que son concedidos por Suecia.
Es posible que Nobel pensara que Suecia y Noruega, países que estaban unidos mientras él vivió, serían correctos garantes en la aplicación de los deseos expuestos en su testamento. Sin embargo, resulta paradójico e hipócrita que este país al mismo tiempo que entrega premios Nobel de la Paz y presume de ser sede y promotor de diálogos y negociaciones a favor de la misma, sea desde 1949, miembro fundador de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Incluso, en este momento, su secretario general es Jens Stoltenberg, un político noruego. La vocación atlantista de este país está expresada en su membrecía a la OTAN y su ausencia de la Unión Europea.
En otro plano, resulta muy difícil suponer que un parlamento de aplastante mayoría conservadora y retardataria pueda nombrar una comisión del Nobel ecuánime e imparcial. Ha primado claramente un criterio político e ideológico para decidir el premio, sobre todo en los años más recientes.
Así, de las 128 personas e instituciones que lo han recibido, 41, el 32% son estadounidenses, británicos o franceses y 47, el 36,7% son europeos, si se suma a los 20 estadounidenses (entre ellos cuatro presidentes, un vicepresidente, además de Henry Kissinger que no se destacaron precisamente por su amor a la paz), tres israelíes, dos canadienses y un japonés que lo han recibido, reúnen al 57% de los premiados. Nadie puede creer que en 120 años, Europa, donde se desataron las dos guerras mundiales más salvajes de la historia de la humanidad, así como el club de países guerreristas y violadores de derechos humanos sean los que más esfuerzos hayan hecho por la paz. Es verdad que el premio se entrega a personalidades no a países, pero es muy particular que los dos chinos (uno de ellos el Dalai Lama que aparece como tibetano, un país que no existe) y el único soviético que lo recibieron han sido disidentes contrarios a los sistemas políticos de sus países.
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