Tal vez no haya una “actividad comercial” donde la ley madre del capitalismo, la de la oferta y la demanda se manifieste con tanta precisión como en el narcotráfico. La demanda y la oferta de drogas se han relacionado de manera óptima para dar la eficiencia infinita que a través del tiempo ha mostrado esta actividad, creciendo permanentemente desde los años 80 del siglo pasado, haciéndose tan lucrativa que no ha habido manera de interrumpirla.

Como apunta Alain Labrousse en su interesante libro “Geopolítica de las drogas” el final de la guerra fría trajo la “democratización” de los estupefacientes que comenzaron a ser utilizadas como instrumento en la mayoría de los conflictos.
Pero, en la relación droga-conflicto el papel fundamental lo juega el factor de los beneficios, en particular en lo referido a la cocaína y el opio. Estados Unidos ha estacionado su ejército en los dos países para asegurar un tráfico ordenado y controlado. Así, desde su invasión a Afganistán en 2001 y del inicio del Plan Colombia a fines del siglo pasado, la producción, transporte y distribución del opio producto de la amapola y la cocaína proveniente de la coca, ha crecido exponencialmente desde estos dos países, mayores productores mundiales de esas sustancias respectivamente.